25 de agosto de 2009

ANIMALES SOLITARIOS

Los pandas se extinguen, y en muchos países, sobre todo en Oriente, se hacen ingentes esfuerzos por su multiplicación, a veces totalmente improductivos, pues ya no quieren ni aparearse. En su hábitat natural son animales solitarios. También los osos, las tortugas terrestres y las panteras. Buscan pareja sólo en épocas de celo, y luego se desentienden (de hembra, progenie y cualquier obligación añadida), continuando su camino en soledad.



Aunque en el mundo salvaje se repite en diferentes especies y en otras no, en la nuestra cada vez nos acercamos con más fuerza a esta constante. Peor aún, no sólo se aplica al macho, sino también a la hembra, la que por excelencia alimenta, cría, mantiene la batuta y hace de un grupo algo a lo que se pueda llamar sociedad; la gestora social predilecta. Es remota la costumbre del hombre de asociarse, lo que parece atribuible al razonamiento de que la especie ha estado mejor aunando esfuerzos. El miedo a lo desconocido, los peligros que afrontó en el camino de la evolución y el incipiente sentimiento de cooperativismo (si somos más, producimos más y logramos mayores beneficios) entre muchos otros elementos, tal vez pudo lograr que el hombre se convirtiera en un animal social. Vio que muchas cosas funcionaban mejor de esa manera.
Pero creo que en esencia somos animales solitarios. Una prueba irrefutable (si no me buscan algo mejor): el individualismo que nos plaga en estos tiempos. Parece que el hombre se deshace de los viejos patrones radicalmente. No quiere más el cautiverio de la vida en sociedad ni sus restricciones, aunque el sistema económico y de creencias (culturales) aún no lo permita completamente, y a pesar de que sea el mismo sistema el que nos alcanza tanta tecnología y conocimiento; un círculo interminable. Ahora comprendemos mejor nuestros miedos, algunos ya infundados, otros simplemente manejables con las nuevas estructuras. Cuando vemos un rayo en el cielo, sabemos de qué se trata. No hay mamuts ni dientes de sable a los que debamos atacar en grupo para alimentarnos o para defendernos. Podemos cazar desde una computadora con Internet y recolectar desde un teléfono. Me protege la policía (?) o me compro un revólver.
Cada vez demandamos más libertad y menos compromisos de tipo social, sólo aquellos que nos garanticen retribución. Estas cosas no van más de la mano. Pareciera que el hombre está retomando su naturaleza solitaria y descubriendo fruición en ello. Algunos escritos sobre individualismo coinciden en que la persona no deja de hacer sus tareas cotidianas; esto es, se mantiene atada a la vida en sociedad por situaciones lógicas de dependencia, pero se sostiene en su comportamiento solitario por la represión causada por el mismo vínculo y por las circunstancias de beneficio que le permiten desvincularse casi por completo. No hay que ser sociólogo (no lo soy) para darse cuenta de que algunas estructuras de la vida en sociedad se están derrumbando velozmente, sobre todo porque están probando ser ineficientes o débiles ante las nuevas formas de congregación y los nuevos sentimientos del hombre en cuanto a lo que debe compartir y lo que puede disfrutar solo.
Como ejemplo, en Occidente hasta hace poco la religión era un ingrediente cultural fuerte e importante que compactaba a la sociedad de la forma férrea en que podemos verlo en las culturas orientales. Esto ha ido cambiando "salvajemente", pero no ha sido reemplazado por otras formas de compactación, sino por la libertad individual y la fuerte convicción de derechos (a veces extremos, hasta el punto del libertinaje) con que hemos crecido los occidentales. A tal punto se ha dado, que en muchos países se practica la apostasía con énfasis, una forma de decir “no más” a lo que nos distingue como sociedad y de decir “sí” a lo que quiero como individuo. Ya no basta con no ir más a misa, “debo decirle a todos que ya no soy católico”, "no voy más con eso".
Pese a que el mundo de las comunicaciones ha acortado las distancias y cada vez es más pequeño nuestro planeta (en términos del tiempo que recorre un evento para ser conocido por la mayor parte de la población que tiene alcance a dichas tecnologías), la universalidad se está disfrutando en términos individuales. El desapego que tanto hombre como mujer están mostrando respecto a temas que en los últimos siglos de vida social se consideraban obligación de ambos (crianza de los hijos, durabilidad del matrimonio, disfrute social en familia) podría ser en porcentaje altísimo el causante de que ciertas estructuras sociales agonicen. Aún así, los gobiernos continúan usando estos “ideales sociales” para combatir los flagelos de la criminalidad, drogas y rebeldía juvenil. Sobre todo porque en cierta manera aún sirve.
Sin miramientos nos atrevemos a comparar la forma de vida de algunas especies del reino animal con aquello a lo que el hombre se está encaminando. Así como temerariamente muchos han afirmado que la monogamia no debería existir, otros pelean por salirse del entorno social y sus obligaciones. Hay una marcada tendencia de que los humanos nos perfilamos en los próximos siglos como “solitarios”, y que ya vencidos los argumentos que nos hicieran alguna vez reunirnos como esclavos de una vida social, iremos poco a poco depredando de una borrosa sociedad sólo aquello que nos permita sobrevivir en el sistema, y comenzaremos a merodear solos, sin obligaciones con otros seres humanos, engendrando sin criar (ya lo estamos haciendo), sin pareja fija y sin domicilio, aún sin mochila en la espalda porque todo lo que nos gusta cabe en un chip, pero disfrutando de la feliz universalidad.
Mantener la tecnología sin una sociedad organizada para ello es un paradigma. Los pandas, las tortugas y los osos no las tienen (ni sociedad ni tecnología). Puede que la evolución social sólo haya sido un círculo.

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